martes, 7 de julio de 2020

Colisión con el infinito. (Punto de encaje)


Ocurrió en primavera. Volvía a casa después de una clase de preparación para el parto, faltaban seis meses. Acababa de sentir los primeros movimientos de mi hija, como si una pluma me acariciase por dentro. Era el mes de mayo y sentía la calidez del sol en el rostro y en la cabeza mientras esperaba el autobus. Como no tenía prisa había decidido tomar el autobus en vez del metro, para poder saborear aquel precioso dia.

... El autobus frenó lenta y pesadamente, llenando el cálido aire primaveral de un olor acre a humo del tubo de escape y a goma quemada.

Según me coloqué en la fila, sentí que de repente se me taponaban los oidos, como cuando cambia la presión dentro de un avión al empezar el descenso. Me sentí excluida de la escena que tenía delante, igual que si estuviera encerrada en una burbuja, e incapaz de hacer nada salvo de uan manera completamente mecánica. Levanté el pie derecho para subir al autobus, y choque defrente con una fuerza invisible que había penetrado mi percepción consciente como un cartucho de dinamita que explotara en silencio, volando la puerta de mi consciencia habitual y arrancándola de sus goznes, partiendome en dos. En el enorme espacio qeu se abrió, aquello hasta lo que entonces había llamado "yo" recibió un violento empujón que lo sacó del lugar que ocupaba dentro de mí y lo lanzó a una posición nueva: aproximadamente 30 cm detrás y a la izquierda de mi cabeza. "Yo" estaba ahora detrás de mi cuerpo mirando el mundo que me rodeaba, pero no a través de los ojos de mi cuerpo.

Desde aquella posición, imposible de localizar, más o menos detrás y a la izquierda, veía mi cuerpo delante y a una gran distancia. Las señales del cuerpo parecían tardar, todas, mucho tiempo en recibirse, como si fuera una luz procedente de algún astro lejano. Aterrada, miré a mi alrededor, preguntándome si alguien habría notado algo. Los pasajeros iban ocupando tranquilamente sus asientos, y el conductor me apremiaba a que introdujera el billete amarillo en al máquina, para que pudiéramos arrancar.

Sacudí la cabeza varias veces, con la esperanza de que el movimiento haría que la consciencia retornara a su sitio; pero nada cambió. Desde lejos, sentí como, con torpeza, mis dedos intentaban introducir el billete en la ranura, y luego empecé a caminar por el pasillo buscando un asiento. Me senté al lado de una señora mayor con la que había estado charlando en la parada, y trate de continuar la conversación. Descubrí entonces que mi mente se había parado en seco tras la abrupta colisión con aquello, fuera lo que fuera, que me había arrebatado mi realidad previa.

Aunque mi voz hablaba con coherencia, me sentía completamente desconcertada con ella. El rostro de la mujer que estaba sentada a mi lado parecía muy lejano, y el aire que había entre nosotros parecía niebla, como si estuviera saturado de un fluido denso y luminoso... Sentía como el sudor me corría por lo brazos y como, poco a poco, iba cubriéndome la cara. Estaba aterrorizada.

El autobus llegó a mi parada y, mientras recorría las tres manzanas que me separaban de casa, intenté recuperar mi estado anterior, volver a estar entera, enfocando para ello toda mi atención en el cuerpo y deseando con todas mis fuerzas regresar a él, que era el lugar al que creía que pertenecia, y recobrar así la que, hasta poco antes, había sido una sensación normal, de ver con los ojos del cuerpo, de hablar con la boca, de oir con los oidos. La fuera de voluntad fracasó rotundamente; en vez de experimentar sensaciones a través de los sentidos físicos, me encontré cabeceando detrás del cuerpo como una boya en alta mar. Desvinculada de la solidez sensorial, separada del cuerpo y siendo testigo de él desde una inmensa distancia, caminé calle abajo como una nube de percepción consciente que seguía los pasos de un cuerpo, simultaneamente familiar y extraño. Sentía un incomprensible apego hacia aquel cuerpo, pese a no tener ya la sensación de que fuera "mio". Él continuó emitiendo señales de su percepción sensorial (data sensorial); ahora bien, cómo o dónde se recibían aquellas señales era algo imposible de comprender.

Incapaz de encontrar ningún sentido a este súbito estado, la mente alternaba entre desbocarse enloquecida, en un intento de hacerme volver a estar entera y paralizarse por completo, dejando sólo el vacío murmullo del espacio reverberando en los oidos. El testigo era una entidad diferente por completo de la mente, del cuerpo y de las emociones, y la posición que ocupaba, detrás y a la izquierda de la cabeza, se mantenía constante. La insoldable distancia entre el testigo y lo que eran la mente, el cuerpo y las emociones, parecía provocar un pánico inherente a ella e inevitable, debido a la sensación de estar tan debilmente vinculada a la existencia física, parecía estar a punto de disolverse, y el miedo a la aniquilación con la que la entidad física respondía alcanzaba proporciones descomunales.

...Me pareció tan imposible contarle lo ocurrido q ni siquiera lo intenté. El terror empezó a crecer rapidamente y el cuerpo, invadido por el pánico, se quedo rígido; el sudor corría a chorro por los costados, las manos, frías, temblaban, y el corazón latía desbocado. La mente pareció entrar al instante en la modalidad de superviviencia y empezó a buscar distracciones: quizás un baño, una siesta, comer algo, leer un libro o llamar a alguien por teléfono.

Todo ello era una pesadilla imposible de creer. LA mente (a la que ni siquiera podía referirme ya como "mi" mente) trataba de buscar una explicación a aquel suceso, a todas luces inexplicable. El cuerpo traspasó el terror y entró en un estado de horror frenético, que ocasionó un agotamiento físico tan absoluto que la única opción posible era dormir... Y el sueño llegó, pero el testigo siguió despierto, presenciando el sueño desde la posición que ocupaba detrás del cuerpo. De todo ello, esta experiencia fue la más extraña: la mente estaba indiscutiblemente dormida, pero, a la vez, algo estaba despierto.

A la mañana siguiente, en cuanto los ojos se abrieron, la mente estalló en preguntas, presa de la preocuación: "¿Me he vuelto loca? ¿Qué es esto? ¿Es psicosis esquizofrénica? ¿Es eso a lo que la gente llama crisis nerviosa, depresión? ¿Qué había pasado? y ¿Terminaría en algún momento?. Claude había empezado a notar mi desasosiego y, al parecer, esperaba qeu yo le diera alguna explicación. Traté de contarle lo que había sucedido, pero, sencillamente, me encontraba demasiado lejos como para poder hablar. El testigo parecía hallarse donde "yo" estaba, lo cual dejaba a la entidad formada por cuerpo, mente y emociones sin persona alguna; era en verdad asombroso que todas sus funciones continuaran operando.

La mente estaba tan anodadada por su incapacidad de comprender el estado actúal de existencia, que no había posibilidad de distraerla. Seguía clavada en los incomprensibles e incontestables dilemas que, como un torrente ininterrumpidos iba generando aquel estado presencia de percepción pura. Reinaba la sensación de estar al límite de los límites, en la frontera entre existir y no existir, y la mente temía que, si dejaba de sustentar la existencia con el pensamiento, la existencia misma cesaría... La agonía de la mente crecía con cada audaz intento de encontrar sentido a algo que jamás podría comprender; y el cuerpo respondía a la angustia de la mente fijándose a la modalidad de supervivencia, bombeando adrenalina, aguzando los sentidos, haciendo frente y reaccionando un instante tras otro a la amenaza de la aniquilación.

Si surgió, en un momento dado, el pensamiento de que, quizá, aquella experiencia presencial fuera el estado de Consciencia Cósmica que Maharishi había definido como primer estadio del despertar de la consciencia. Pero la mente deshechó esta posibilidad al instante, pues era impensable que el infierno en el que me hallaba pudiera tener la más mínima relación con la conciencia cósmica.

Doce años después

Pese a la reconfortante ayuda que me brindaban todas aquellas personas a las que relaté mi experiencia, el invierno de la no identidad seguía sin depararme demasiada dicha. LA dicha llegó toda en un mismo instante, estrellándose repentina e irrevocablemente contra la orilla de la percepción pura, de manera exacta a como había llegado la primera oleada de desprendimiento del "yo" doce años antes.

De la experiencia de la absoluta ausencia del "yo", mi estado de consciencia haría una abrupta transición ahora a la estación siguiente: la experiencia de que, no sólo no existe un "yo" personal, sino que tampoco existe "lo otro". Es decir, estaba a punto de producirse un viaje que me introduciría de modo permanente en la percepción de la unidad, donde se revelaba la vacuidad que dominaba mi consciencia era la sustancia misma de toda la creación. Una vez que el secreto de la vacuidad se desveló de esta manera, empece a referirme a ella como "vastedad".

... El hecho de que "yo" hubiera dejado de existir, de que no existiera ya nada semejante a una persona, me condujo finalmente a la comprensión suprema de que no hay nada que no sea yo. Lo que queda cuando no existe el "yo" es lo único que existe.

                                                                                                                                        Suzanne Segal